Dos nuevos hábitos que me ayudaron a acabar con mi “panza cervecera”
Mi hambre estaba alimentada por la ansiedad de saber que estaba comiendo menos de lo que acostumbraba.
Es siempre un placer tenerte aquí. En nuestro intercambio anterior, compartí contigo algunas de mis preocupaciones relativas a mi apariencia física, salud y bienestar, especialmente ahora que estoy a punto de cumplir 50 años. Te conté un poco sobre mi recorrido personal, explorando diferentes disciplinas y campos del conocimiento en busca de nuevas e innovadoras formas de adoptar buenos hábitos que me permitan vivir una vida plena y saludable a medida que envejezco. Pero no te confundas, no me considero viejo a los 50 años, al contrario, estoy convencido de que me encuentro en la mejor etapa de mi vida.
Durante el confinamiento por la COVID-19, como te mencioné en mi texto anterior, mi hogar se convirtió en un espacio para cocinar y comer. Cada día, horneaba diferentes tipos de panes a partir de una masa madre que yo mismo cultivé. Eran tan deliciosos que no me conformaba con comer solo uno, me comía dos, incluso tres o cuatro, solo en el desayuno. Luego venía el almuerzo, un plato que contenía alrededor del 75 % de carbohidratos (arroz, papas o pasta), un 15 % de vegetales y apenas un 10 % de proteína animal. Si sobraba algo del almuerzo, lo comía en la cena antes de dormir. En retrospectiva, es evidente que estaba comiendo como la mayoría de las personas: platos llenos de carbohidratos tres veces o más al día.
La nefasta pirámide alimenticia
Estos hábitos obedecían a la pirámide alimenticia que me enseñaron en la escuela y que hasta hoy es promovida tanto por la industria agroalimentaria como por nutricionistas, gobiernos y médicos. Según esta, en la base debían estar los carbohidratos (cereales, granos, tubérculos, raíces), luego los vegetales (verduras, hortalizas, frutas), después las carnes (res, pollo, pescado, cerdo) y los lácteos (leche, quesos), y finalmente en la cúspide, las grasas (aceites vegetales y grasas animales).
No entendía cómo, a pesar de seguir estas indicaciones supuestamente saludables, seguía aumentando de peso y empezaba a experimentar ciertos síntomas que erróneamente atribuí a la edad, como debilidad, fatiga, caída del cabello, erupciones en la piel, disminución del deseo sexual, mal humor, malestares estomacales, depresión, alergias, entre otros.
Algo no estaba bien, y fue en ese momento cuando decidí tomar el toro por los cuernos. En lugar de ir al médico para que me hiciera exámenes de sangre y luego me recetara estatinas porque tenía el colesterol alto —lo que incrementaba el riesgo de sufrir enfermedades cardíacas y accidentes cerebrovasculares— decidí autoeducarme y experimentar por mi cuenta. Empecé a aprender acerca de lo que realmente se necesita para adquirir y poner en práctica una serie de buenos hábitos que podrían permitirme sentirme mejor y alcanzar los objetivos de bienestar que tanto anhelaba.
En lugar de comer dos o tres panes en el desayuno, solo comía uno; y en lugar de comer medio plato de arroz o más en el almuerzo y la cena, comía una cuarta parte.
No fue una tarea fácil... Requiere tiempo, determinación y consistencia. Además, tuve que aprender a discernir entre el conocimiento difundido por el dogma médico, nutricional y alimentario, que no me había dado buenos resultados, y el "nuevo" conocimiento difundido por quienes cuestionan el dogma y proponen ideas radicalmente opuestas a lo que todo el mundo cree que es correcto.
Mis dos nuevos hábitos
Así fue cómo comencé a reducir mi ingesta de carbohidratos. En lugar de comer dos o tres panes en el desayuno, solo comía uno; y en lugar de comer medio plato de arroz o más en el almuerzo y la cena, comía una cuarta parte. Al principio, noté que mi cuerpo se resistía amargamente a la reducción en la ración, pero también me di cuenta de que era una cuestión de costumbre. Posteriormente, reduje mis comidas diarias de tres a dos. No puedo negar que me costó cambiar el hábito de comer tres veces al día y seguir una dieta basada en carbohidratos. En un próximo correo te contaré qué otro tipo de alimentos también dejé de consumir, ¡te vas a sorprender!
Existen dos tipos de hambre
Probablemente, mi hambre estaba alimentada por la ansiedad de saber que estaba comiendo menos de lo que acostumbraba. Fue entonces cuando descubrí que existen dos tipos de hambre: la hedónica y la fisiológica. Para empezar a sentirse bien y mejorar el bienestar y la salud, hay que desterrar la primera y reemplazarla por la segunda. En otras palabras, el hambre hedónica está motivada por cuestiones psicológicas, es decir, por la mente: estrés, ansiedad, hábitos compulsivos. En cambio, el hambre fisiológica está motivada por el cuerpo, por la necesidad de nutrir cada una de sus células para que se encuentren en homeostasis y cumplan con sus funciones óptimas. Cuando te das cuenta de que existen estos dos tipos de hambre, también te das cuenta de la evidente conexión entre el cuerpo y la mente.
Hablaremos más acerca del ayuno y de la conexión cuerpo y mente en las próximas. ¡No te las pierdas!
Ahora que conoces un poco más sobre mi historia, quiero que sepas que puedo ayudarte a mejorar tu apariencia física y tu salud a través de un programa de 16 semanas. En él, aprenderás a deshacerte de los hábitos que están afectando tu salud y a adquirir los buenos hábitos que a mí me han ayudado a mejorar mi físico, mi salud y mi bienestar. Si estás interesado, por favor envíame un mensaje con la palabra "50yfit". Me va a encantar acompañarte en tu viaje.
Hasta pronto,
Juan - 50yFit
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