Tu cuerpo está diseñado para comer carne: la verdad que te han ocultado
El consumo de animales ha sido una parte fundamental de nuestra existencia.
Hola, mi nombre es Juan. Gracias por estar aquí, tu presencia demuestra un genuino interés por tu bienestar físico y mental. Quiero recordarte que la semana pasada exploramos las 5 señales de resistencia a la insulina que puedes identificar en tu cuerpo sin necesidad de exámenes de laboratorio.
Hoy abordaremos un tema fascinante que surgió en mi perfil de Threads: la naturaleza evolutiva de la alimentación humana. ¿Somos omnívoros, carnívoros o vegetarianos? Si bien no existe una respuesta definitiva y el tema genera debate, compartiré contigo un resumen de lo que la ciencia nos dice sobre los hábitos alimenticios de nuestros antepasados. Quiero dejar claro que este texto no trata sobre gustos, preferencias o consideraciones morales. En cambio, me centraré en la evidencia biológica que, nos guste o no, no podemos negar.
Lucy in the Sky with Diamonds
Se estima que los homínidos se separaron de los chimpancés hace seis millones de años, cuando nuestros ancestros descendieron de los árboles y comenzaron a prosperar en las sabanas del noreste de África, tras la modificación de su entorno por el movimiento de las placas tectónicas.
Los fósiles más antiguos de nuestro linaje, con 4,2 millones de años de antigüedad, fueron descubiertos en el norte de Kenia. Estos pertenecen al género Australopithecus, cuya representante más famosa es Lucy. Ella caminaba erguida como un humano, aunque su cerebro era casi del mismo tamaño que el de un chimpancé actual.
El tamaño del cerebro
La evolución de los primates precedió a la nuestra por aproximadamente 60 millones de años y, durante ese período, el tamaño del cerebro de los primates se mantuvo esencialmente constante en alrededor de 350 cm³, con algunas variaciones entre especies según el tamaño corporal.
Esto podría significar que 60 millones de años consumiendo frutas y hojas no resultaron en un cerebro más grande para nuestros antepasados primates.
El tamaño del cerebro de nuestros antepasados aumentó gradualmente después de la época de Lucy y, hace aproximadamente 2 millones de años, sucedió algo increíble: comenzó a crecer mucho más rápidamente. Este crecimiento continuó hasta alcanzar un volumen máximo de 1600 cm³ hace unos 40.000 años. Desde entonces, el tamaño del cerebro humano ha ido disminuyendo, probablemente debido a cambios en la dieta provocados por variaciones climáticas y la extinción de grandes presas.
El cerebro del Homo sapiens alcanzó su punto máximo hace aproximadamente 100.000 años, llegando a cerca de 1.500 cm³ desde los 400 cm³ del Australopithecus. La mayor parte de este crecimiento cerebral ocurrió cuando el Homo sapiens aprendió a aprovechar la carne para su nutrición, mucho antes de que aprendiéramos a cocinar. Es importante notar que los primates frugívoros han existido durante decenas de millones de años y, aunque consumen los alimentos más ricos en carbohidratos disponibles, no han logrado ningún aumento significativo en el tamaño del cerebro.
Tu cuerpo está diseñado para comer carne: la verdad que te han ocultado
El consumo de animales ha sido una parte fundamental de nuestra existencia, tanto como prehumanos y humanos, durante un período extraordinariamente largo —probablemente al menos 5-6 millones de años—. La evidencia fósil demuestra que nuestros antepasados ya consumían alimentos de origen animal en la época de Lucy, hace 4-5 millones de años. Sin embargo, el cambio más significativo ocurrió hace 2 millones de años, cuando evolucionamos de carroñeros a cazadores activos.
Este cambio dramático en el tamaño del cerebro plantea una pregunta fundamental: ¿qué evento crucial ocurrió hace 2 millones de años que permitió que nuestros cerebros crecieran y nuestros antepasados se volvieran más inteligentes? Si bien no hay certeza absoluta, el registro arqueológico ofrece pistas importantes. Hace 2,5 millones de años, con la aparición del Homo habilis, encontramos las primeras evidencias de herramientas de piedra y la caza de animales.
Como carroñeros, solo teníamos acceso a los restos que dejaban los depredadores más grandes: restos de carne en los huesos y médula ósea. Al aprender a fabricar herramientas, pudimos cazar presas cada vez más grandes, lo que nos dio acceso a las vísceras y carne magra del animal. Este contenido rico en nutrientes hizo posible el crecimiento de nuestro cerebro.
Aunque algunos argumentan que la cocción de alimentos tras el descubrimiento del fuego permitió el crecimiento de nuestros cerebros, la evidencia sugiere lo contrario: los humanos comenzamos a usar el fuego hace apenas 500.000 años, 1,5 millones de años después de que nuestro cerebro iniciara su crecimiento exponencial.
Cronología de la evolución del tamaño cerebral
Australopithecus: 450-500 cm³ (aproximadamente del tamaño de una toronja)
Homo habilis: 600 cm³
Homo sapiens: 1500 cm³
Homo sapiens temprano (hace 160.000 años): 1400 cm³
Homo sapiens sapiens (humano moderno): 1350-1400 cm³
¿Cómo conocemos las costumbres alimenticias de nuestros antepasados?
Para determinar la proporción de alimentos de origen animal en las dietas de nuestros antepasados, los investigadores examinan la cantidad de nitrógeno 15 en sus huesos fosilizados. El 15N es un isótopo estable y no radioactivo del nitrógeno. Se emplea a menudo en investigaciones médicas y agrícolas.
Los niveles de este isótopo revelan la posición de los animales en la cadena alimenticia: los herbívoros tienen niveles de 15N de 3-7%, los carnívoros de 6-12%, y los omnívoros presentan niveles intermedios. Las muestras de neandertales y humanos modernos tempranos mostraron niveles de 12% y 13,5% respectivamente, superando incluso a carnívoros como la hiena y los lobos.
Al igual que el 15N en los huesos, los científicos también analizan marcadores de estroncio, bario y calcio en la dentadura fosilizada para determinar los hábitos alimenticios de nuestros ancestros. Estos marcadores indican que el Australopithecus se alimentaba de una mezcla de plantas y animales, mientras que el Homo habilis consumía una mayor proporción de alimentos de origen animal, un cambio que coincide con el aumento dramático en el tamaño de nuestro cerebro.
La caza de animales es más eficiente
Desde una perspectiva energética, la caza de animales grandes resultaba mucho más eficiente que la recolección de frutos y hojas o la caza de presas pequeñas. Una presa grande proporcionaba nutrientes suficientes durante períodos más extensos. Esta estrategia continúa siendo evidente en las tribus cazadoras-recolectoras actuales. Nuestros ancestros preferían animales grandes por su alto contenido de grasa, ya que aunque existían múltiples fuentes de proteína animal, las fuentes de grasa eran escasas. ¿Por qué nuestros ancestros valoraban tanto la grasa? Porque esta aportaba el doble de energía que las proteínas y los carbohidratos, y además nuestro metabolismo la empleaba para elaborar hormonas, enzimas, neurotransmisores y otras sustancias esenciales para la vida y el desarrollo.
A lo largo de nuestra evolución, nuestros antepasados han preferido la caza de animales, consumiendo alimentos vegetales principalmente durante épocas de escasez o hambruna. Esta hipótesis se fundamenta en datos antropológicos —incluyendo el tamaño del cerebro—, datos de isótopos estables de huesos y dientes, ejemplos de pueblos indígenas, y la mayor eficiencia energética de los alimentos de origen animal en comparación con los vegetales.
No sugiero que nuestros antepasados nunca comieran alimentos vegetales, sino que preferían los alimentos de origen animal por su superior valor nutricional y energético. Las plantas servían como alimento de supervivencia o respaldo cuando no se conseguía carne, pero no parecen haber constituido una parte significativa de su dieta.
🤔 Es importante considerar que, dependiendo de la latitud, antes de la invención de la agricultura, era muy difícil encontrar plantas con carbohidratos digeribles en la naturaleza. Las frutas solo se encontraban en ciertas épocas y no eran igual de grandes y dulces a las que estamos acostumbrados hoy. Muchas raíces, tubérculos y hojas tenían sabores desagradables y eran tóxicas.
Características anatómicas que evidencian nuestra naturaleza carnívora
Dentadura y mandíbulas
Aunque nuestros antepasados primates eran principalmente vegetarianos —lo que explica que tengamos molares para masticar estos alimentos—, es notable que nuestros molares tengan crestas como los de un perro, en lugar de ser planos como los de una oveja u otros herbívoros estrictos. Desde una perspectiva evolutiva, conservar los molares probablemente nos benefició durante períodos de hambruna, cuando necesitábamos masticar material vegetal fibroso.
Las mandíbulas humanas están adaptadas principalmente para la masticación vertical en lugar de rotatoria, una característica que nos permitió procesar tejidos animales fibrosos. En contraste, si observas a una vaca u otro rumiante alimentándose, notarás que su mandíbula realiza movimientos rotatorios para triturar y moler el pasto.
pH gástrico
El pH del estómago humano saludable es aproximadamente 1,5 —extremadamente ácido en la escala de pH de 0 a 14, donde un número menor indica mayor acidez—. Este nivel de acidez estomacal es comparable al de animales carroñeros como el buitre y la hiena. Los carnívoros como perros y gatos tienen un pH estomacal entre 2 y 3.
¿Cómo se compara la acidez del estómago humano con la del chimpancé? El pH estomacal de nuestros parientes primates es de 4-5, considerablemente menos ácido que el nuestro. Al ser el pH una escala logarítmica, cada punto de aumento representa una solución 10 veces menos ácida. Esto significa que nuestros estómagos son aproximadamente 1.000 veces más ácidos que el de un chimpancé, que es principalmente vegetariano.
Sistema digestivo
Los chimpancés tienen una proporción mucho mayor de su tracto digestivo dedicada al ciego y al colon, y menor proporción de intestino delgado. El intestino grueso, especialmente el ciego, está especializado en la fermentación de material vegetal fibroso para obtener ácidos grasos mediante la acción microbiana.
La caja torácica de los primates es más grande que la humana para albergar un intestino grueso capaz de digerir materia vegetal.
Los humanos tenemos cierta capacidad para extraer nutrientes de plantas fibrosas, pero depender exclusivamente de ellas para satisfacer nuestras necesidades nutricionales sería ineficiente, especialmente considerando el alto consumo energético de nuestro cerebro.
Al examinar la anatomía del tracto gastrointestinal y comparar nuestra capacidad fermentativa con otros animales, encontramos mayor similitud con gatos y perros. Estas adaptaciones anatómicas probablemente surgieron tras millones de años consumiendo grandes cantidades de carne y relativamente poca fibra vegetal. La mayoría de las plantas son tóxicas para el consumo humano. Solo mediante miles de años de cultivo hemos logrado consumir una cantidad significativa de vegetales.
Recordemos que Lucy y sus congéneres Australopithecus fueron principalmente carroñeros que aprovechaban carne que no estaba fresca. Un estómago extremadamente ácido era una ventaja crucial para esta práctica. Hasta el día de hoy, el bajo pH de nuestro estómago nos protege contra patógenos y descompone los alimentos de manera tan eficiente que el sistema inmunológico intestinal no los identifica como elementos extraños. Por esta razón, los inhibidores de la bomba de protones, al elevar el pH estomacal, incrementan el riesgo de neumonía, infecciones y alergias.
Aunque los primates, nuestros parientes más cercanos, consumen grandes cantidades de materia vegetal rica en carbohidratos, ¡en realidad obtienen su energía de la grasa! Su intestino grueso alberga bacterias que fermentan la fibra vegetal y la transforman en grasas para energía.
Anatomía del hombro
¿Has visto alguna vez a un chimpancé lanzar una piedra o una lanza? Probablemente no. Sin embargo, una diferencia fundamental entre humanos y primates es el diseño de nuestra articulación del hombro, una verdadera obra maestra evolutiva. Esta articulación nos permite lanzar objetos —pelotas, piedras o lanzas con puntas de piedra— a velocidades suficientes para cazar. Ninguna otra especie puede hacer esto, y ciertamente no necesitamos lanzar piedras para cosechar plantas. Esta adaptación del hombro evolucionó específicamente para la caza, y con gran eficacia.
Visión binocular
Nuestros ojos también revelan adaptaciones para la caza. Los humanos tenemos una porción blanca visible (esclerótica), mientras que los primates tienen la esclerótica oscura para ocultar la dirección de su mirada.
Además, los herbívoros tienen los ojos orientados hacia los costados del cráneo; los carnívoros, en cambio, tienen los ojos orientados hacia el frente, lo que les permite tener una visión binocular necesaria para calcular con precisión la distancia y la ubicación de una presa.
El tejido costoso
La "hipótesis del tejido costoso" explica elegantemente esta evolución. Tanto el cerebro como el intestino son tejidos metabólicamente muy activos que requieren mucha energía en relación con su masa.
Un gramo de tejido cerebral necesita veintidós veces más energía que un gramo de tejido muscular, y nuestros intestinos son igualmente demandantes.
Los diferentes sistemas de órganos tuvieron que establecer un equilibrio energético, precisamente lo que ocurrió entre el cerebro y los intestinos. Nuestro intestino delgado se expandió ligeramente para absorber mejor las proteínas y grasas de la dieta animal, permitiendo que el colon y el tracto gastrointestinal se redujeran considerablemente. Esta reducción intestinal liberó energía para que el cerebro se desarrollara gradualmente hasta convertirse en el extraordinario órgano que es hoy.
El acceso a nutrientes como los ácidos grasos omega-3 en formas altamente biodisponibles fue crucial para nuestra evolución. Los estudios sobre el desarrollo cerebral infantil demuestran que el DHA y EPA —ausentes en las plantas— son esenciales para la formación del cerebro humano. Cuanto mayor es el consumo de estos nutrientes por madres embarazadas y bebés, mejores son los resultados en el desarrollo. El DHA, en particular, desempeña un "papel único e indispensable en la señalización neural esencial para una inteligencia superior".
No evolucionamos para ser excelentes recolectores o agricultores: nos convertimos en cazadores expertos. Esta capacidad nos dio acceso al mejor alimento disponible: los productos de origen animal.
Hasta ahora hemos analizado los hábitos alimenticios de nuestros ancestros, pero ¿qué relevancia tiene esto para el ser humano actual? La evolución es un proceso extremadamente lento, por lo que nuestra fisiología y anatomía permanecen prácticamente sin cambios desde hace millones de años. Esto sugiere que, biológicamente, seguimos adaptados para el consumo de alimentos de origen animal, independientemente de que la cultura y las consideraciones morales modernas nos hayan llevado a creer lo contrario.
El ser humano es un carnívoro facultativo u omnívoro oportunista que mantiene la capacidad de obtener ciertos nutrientes de las plantas, una característica heredada de nuestros ancestros primates. Sin embargo, debido a nuestra evolución, nuestro organismo asimila mejor los nutrientes de origen animal que los vegetales. Los nutrientes animales son más biodisponibles que los vegetales, razón suficiente para priorizar el consumo de alimentos de origen animal sobre los de origen vegetal.
Para concluir puedo decir que la evolución humana está intrínsecamente ligada al consumo de carne, un hecho respaldado por múltiples evidencias científicas y anatómicas. Hace seis millones de años, cuando los homínidos se separaron de los chimpancés y comenzaron a habitar las sabanas africanas, se inició un proceso evolutivo extraordinario. El punto de inflexión ocurrió hace aproximadamente 2 millones de años, cuando nuestros antepasados evolucionaron de carroñeros a cazadores activos, lo que provocó un crecimiento dramático en el tamaño del cerebro.
Esta transformación no fue casualidad. El acceso a nutrientes altamente biodisponibles, especialmente grasas y proteínas animales, permitió que nuestro cerebro creciera de 400 cm³ a 1.500 cm³. La evidencia científica, basada en el análisis de isótopos de nitrógeno en huesos fosilizados, demuestra que nuestros antepasados consumían incluso más carne que los carnívoros como hienas y lobos.
Nuestra anatomía actual refleja esta historia evolutiva. Desde nuestro pH gástrico extremadamente ácido, similar al de los carroñeros, hasta nuestra visión binocular orientada hacia el frente como los depredadores, pasando por la singular articulación del hombro que nos permite lanzar objetos con precisión, todo nuestro cuerpo está diseñado para la obtención y procesamiento de alimentos de origen animal.
La "hipótesis del tejido costoso" explica cómo esta adaptación a una dieta rica en productos animales permitió que nuestro cerebro se desarrollara. La reducción del tracto digestivo, necesaria para procesar menos material vegetal, liberó la energía necesaria para alimentar un cerebro más grande y complejo. Los nutrientes críticos para el desarrollo cerebral, como el DHA y EPA, solo se encuentran en forma biodisponible en productos de origen animal.
Aunque la evolución es un proceso extremadamente lento, nuestra fisiología y anatomía permanecen prácticamente sin cambios desde hace millones de años. Por lo tanto, biológicamente seguimos siendo organismos adaptados para el consumo de alimentos de origen animal, independientemente de las consideraciones culturales y morales modernas. Somos carnívoros facultativos u omnívoros oportunistas que, si bien podemos obtener algunos nutrientes de las plantas, asimilamos mejor los nutrientes de origen animal.
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